Colle Val d'Elsa: De sorpresa en sorpresa.


El sábado pasado, Glenda y yo estuvimos pasando el día en Colle Val d'Elsa, en el corazón de Toscana. Ahí donde Cupido ataca...

Colle es una ciudad tirando a pequeña, pero interesantísima, con una gran densidad de población debido, fundamentalmente, a ser el centro de mayor producción de cristal de Italia, deteniendo una cuota del 15% de la industria internacional. Otra más de las gratas y apabullantes sorpresas con las que te vas encontrando en Toscana tan pronto como pisas una ciudad, un pueblo o incluso una aldea.
Pero las sorpresas en Colle Val d'Elsa siguen...

La ciudad, en la cima de una preciosa colina junto al río Elsa, está dividida en tres distritos. Los dos más antiguos, con una aquitectura espléndida, principalmente renacentista y manierista, se conocen como Colle Alto y, el otro, que está situado en la parte inferior de la colina, es Colle Bajo. Así de fácil. Ahí es donde se encuentran las industrias y las tiendas estupendas de cristalería y objetos artísticos de cristal: Ese que al chascar los dedos sobre su supercie suena como una campanita.

Además, Colle Val d'Elsa es otro importante yacimiento de arqueología etrusca en Toscana. (Digo "otro", ya que desde que estoy aquí, aunque sea pecado mortal, confieso que he perdido la cuenta). De hecho, la ciudad cuenta con un Museo Arqueólogico de dimensiones más bien modestas, pero de valor incalculable por las magníficas urnas funerarias, vasijas y demás objetos de gran belleza que alberga.

En el siglo XI, el entonces pueblecito empieza a industrializarse mediante la construcción de distintos canales artificiales de agua, procedente del río Elsa, que abastecían de energía a los molinos de trigo, así como a las manufacturas de papel y cristal. En el siglo XVI, las viejas industrias dan paso a otras nuevas dedicadas al acero y a la fabricación de un cristal de una calidad fuera de serie. Por lo visto, esa transformación industrial fue, en gran parte, mérito de la familia del que fuera el primer obispo de la ciudad, Usumbardo Usumbardi, en el siglo XVI.

Sigo:

Aquí nació, en 1245 el célebre arquitecto y escultor Arnolfo di Cambio quien, en otras maravillas, diseñó los planos para la construcción de la Catedral y de la Iglesia de la Santa Cruz de Florencia. Murió en esa ciudad en 1310.


Y hablando de arquitectura resulta que, tras la destrucción parcial que padeció la entonces ciudadela, en 1479 - cuando, primero, la sitía el ejército del Duque de Calabria y, después, la devasta - la reconstrucción de sus nuevas y aún más sólidas murallas se encarga a tres insignes arquitectos florentinos, tales como Giuliano da Sangalo, Cecca y Francione.

Ahora, para rematar la riqueza arquitectónica de esta ciudad, sin necesidad de describiros uno a uno los palacios y mansiones situados en Colle Alto, todos ellos antiguas propiedades de quienes constituyeran su clase dominante, os voy a descubrir lo que en mi opinión representa su quintaesencia: El Palazzo Campana. Se trata de un edificio manierista del siglo XVI, grande y refinadísimo, obra de Giuliano di Baccio d'Agnolo, que cubre de un lado a otro el acueducto de la ciudad. Tiene un espléndido y amplísimo arco inferior que hace de puerta de entrada a los dos distritos que integran la zona alta de la ciudad.


Glenda y yo, impresionadas por tantos y tan sorprendentes descubrimientos, echamos un vistazo rápido al Museo de Arte Sacro, del siglo XVII, que alberga una muy buena colección de ese arte procedente, en su mayoría, de la Escuela de Siena y nos fuimos a escape a visitar la que ingenuamente creíamos que iba a ser nuestra última sorpresa: El Museo del Cristal.

Es el único museo de Italia dedicado por entero a obras de arte de cristal. Desde lámparas, jarrones, objetos decorativos de todo tipo, a cual más bello, así como juegos de cristalería que son verdaderas joyas. Algunas muy antiguas, otras bastante menos y otras contemporáneas. En fín, de estilos muy diversos, pero todos de un gusto exquisito.


Decidimos irnos a comer a "Il Cardinale" , un restaurante que nos había recomendado un matrimonio belga que está de vacaciones en la misma villa que nosotras, Radda Chianti, y, mirad por dónde ¡ Nos encontramos ante una abadía del siglo XI! rodeada de una campiña paradisíaca. Nos quedamos tan de piedra como la propia abadía. Los belgas nos habían comentado brevemente sus excelencias culinarias, sin decirnos nada más.
Hoy en día es un Relais con restaurante precioso, muy cuidado y atendido de maravilla. Sin embargo, en el siglo XV, fue la residencia del Cardenal Giulio Della Rovere, de poderosa y noble estirpe, el 31 de marzo de 1503, sería nombrado Papa, con el nombre de Julio II, en el concláve más rápido de la Historia, o sea en cuestión de 3 ó 4 horas.

Enemigo acérrimo de los Borgia...

Os dejo con el suspense en el cuerpo, pues hoy no os voy a contar lo que tan maquiavélico personaje hizo y deshizo, ya que estoy pensando en dedicarle aquí una página enterita ¡Ya veréis! ¿Podréis aguantar la curiosidad un día ó dos?.


Levitando, en sentido literal, Glenda y yo nos dispusimos a comer. Como ya no estabamos para pensar más, nos pusimos en manos del Maitre quien, atentísimo, nos sugirió que empezáramos con un "carpaccio" de salmón salvaje (el de toda la vida...) y que siguiéramos con unos ravioli de setas (boletus) recién hechos a mano. Del vino también se encargó él y nos trajo un Vernacchia de San Gimignano (blanco) delicioso y fresquito. Nosotras encantadas, pues es un vino que nos gusta muchísimo y, casualmente, sin buscarlo ni pedirlo nos lo ofreció ese señor tan amable.

Entre sorbo y sorbo de vino, no hacíamos más que decirnos la una a la otra: "Pero ¿ será posible que estemos en el mismo lugar donde estuvo el Cardenal Della Rovere?" y Glenda, que de historia sabe lo que pesa (que es bastante...) me fue contando con pelos y señales lo que yo os tengo preparado para dentro de muy poquito. Palabra de honor.


Con la espléndida comida, recobramos en cierta medida la noción de los placeres materiales y, tras tomar café y pagar la cuenta, nos fuímos como alma que lleva el diablo a seguir incrementándalos - mientras las tarjetas de crédito tiritaban de pánico- lanzándonos a un saqueo muy chic en las tiendas de Colle Bajo donde venden esas maravillas de cristal purísimo. Compramos de todo: Unos candeleros preciosos, un juego de copitas de licor para cada una que parecían de cuento de hadas, unas bandejitas muy pequeñas en las que colocar 6 de esas copitas a lo sumo y unos búcaros altos, desnudos y estilizados.
Lo justo para que un lirio recién cortado se convierta en una doble obra de arte.


Sylvia









Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Precioso lugar. Merece mucho la pena visitarlo

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